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Deportes Magallanes

Actualizado: 1 jun 2023

Este 2022 se cumplen 5 siglos de la primera vuelta al mundo, y el autor Alejandro Droznes nos deleita con una reseña histórica del periplo español.

En 1985 el Deportes Magallanes disputó, por única vez en su historia, la Copa Libertadores. No logró pasar de la primera instancia, que en aquel entonces era la fase de grupos, pero su participación sirvió para unir el torneo más importante de América con el nombre de uno de los grandes descubridores del continente, de cuya epopeya se están cumpliendo quinientos años.


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La vuelta al mundo capitaneada por Magallanes primero y por Sebastián Elcano después abarcó tantos momentos y tantos paisajes que parece injusto recortarla. La expedición salió de Andalucía, hizo la escala de rigor en Canarias, cruzó el Atlántico, estacionó un tiempito en la bahía de Guanabara, cruzó el Pacífico, saludó los atolones de la Polinesia, descubrió las Filipinas, alcanzó Indonesia y Malasia, tocó en el Cabo de Buena Esperanza en la actual Sudáfrica, paró en las islas de Cabo Verde y finalmente volvió a Andalucía. Considerada unánimemente el primer hecho planetario (y hasta cósmico, si imaginamos el astrolabio interpretando las estrellas de ambos hemisferios), su escenario fueron los cinco continentes y los siete mares. Hoy hay monumentos a sus protagonistas en todas las latitudes. Sin embargo basta conocer un poco la proeza inmortal para saber que el momento decisivo tuvo lugar en lo que hoy es territorio chileno.


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Eran, todavía, los primerísimos tiempos de la conquista de las Indias. Era tan temprano que “Indias” todavía se escribía “Yndias”. Y hasta ese momento los españoles que habían ido a los confines de la Creación habían encontrado papagayos y nuevas regiones pero no habían encontrado lo que buscaban: las verdaderas Indias, el Asia, la actual Indonesia. Las “más orientales tierras, donde se ferian las especias”, según escribiera Francisco López de Gómara en su Historia general de las Indias.

Habían encontrado, sí, lo que pronto se conocería como América. Pero América se interponía en el camino al Asia. Era un inmenso muro que nadie, todavía, había podido sortear. Y Magallanes se propuso sortear ese muro. Para eso debía alejarse de la comarca tropical, donde habían merodeado españoles y portugueses hasta ese momento, y dirigirse hacia las antárticas regiones.


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Los barcos de Magallanes rumbearon al sur: eran los primeros europeos que veían la tierra áspera que se extiende entre el Río de la Plata y el fin del mundo. Y un día apareció algo raro en el horizonte: una silueta humana. El hombre era gigante; según Antonio Pigafetta, el cronista de la expedición, los recién venidos apenas le llegaban a la cintura.

El gigante parecía contento. Señalaba el cielo: seguramente los creía enviados de algún más allá. Cantaba y bailaba. Entonces Magallanes le ordenó a uno de sus hombres que bailara igual que él. Después le acercaron comida (comía mucho) y un espejo. Al verse pegó un salto que lastimó a varios.

Pero los hombres de Magallanes querían apresarlo y llevarlo a España para mostrar lo que había en el Nuevo Mundo. Entonces, para no enfrentarlo, tramaron lo siguiente: primero le dieron un montón de objetos, con lo cual ya tenía las manos llenas. Y después le mostraron unos grilletes como si fuesen un regalo más. Estos eran brillantes y hacían un ruido nuevo. Pero el gigante no podía agarrarlos. Entonces le ofrecieron estrechárselos a los pies. Aceptó y cuando entendió la situación ya era tarde: ahora daba alaridos. Pigafetta escribió: “el capitán general llamó a los de este pueblo patagones”.

Quedaba bautizada la tierra áspera que comparten, hoy en día, Chile y Argentina.


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Siempre rumbo al sur, las naves siguieron su camino. Decir que ningún barco había surcado esas aguas sería decir muy poco. La naturaleza era cada vez más espectral. Ya estaban llegando al fin del mundo. Encontraban más hielo que agua dulce. El lugar parecía desierto, pero por las noches veían unas fogatas a lo lejos: Magallanes bautizó la zona como “Tierra del Fuego”.

Pero un día vieron algo. En realidad Magallanes vio algo, porque Pigafetta escribió: “si no fuese por el capitán general, nunca habríamos navegado aquel estrecho; porque pensábamos todos y decíamos, que todo se nos cerraba alrededor”. Magallanes decidió entonces ver qué había ahí.

Y así empezó el instante chileno de la vuelta al mundo.


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Tardaron un mes en cruzar el estrecho al que ellos llamaron “De Todos Los Santos” y que hoy nosotros llamamos en honor a ellos. La tardanza se explica en que el paso estaba lleno de bifurcaciones y en cada bifurcación las naves se separaban explorando las distintas posibilidades para luego volver al punto de reunión. Iban y venían, venían e iban. En realidad no era un estrecho sino un laberinto acuático erizado de islas, calas, bancos de arena y bahías. Lo que los alentaba era que el agua era siempre de mar y siempre salada, que nunca se estrechaba y que podían notar los movimientos de la marea: definitivamente eso no era un río. Lo que los aterraba era la posibilidad de que de pronto se cerrasen todos los caminos y se revelase que, en realidad, era una bahía.

Hasta que de repente se abrió ante ellos, detrás de un cabo al que por obvias razones llamaron “Cabo Deseado”, el anhelado Mar del Sur. Y entonces Magallanes, entre lobos marinos y pájaros, lloró de alegría. Mientras tanto los barcos saludaban al nuevo mar con descargas de artillería. Detrás del horizonte, pero en esa dirección, se encontraban las islas en las que se feriaban las especias.

Seguían festejando cuando se dieron cuenta de que uno de los barcos que venían detrás estaba tardando demasiado. Pensaron que se había perdido y dejaron cartas clavadas en la tierra para decirles dónde estaban, hasta que intuyeron lo que en verdad había pasado: ese barco, harto de tanta aventura, se había vuelto a España. Y con la mayoría de las provisiones.






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