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Colo-Colo y yo


Para mí Colo Colo empezó a existir en 1991: ese año, y gracias a la semifinal con Boca, los trasandinos supimos que del otro lado de la cordillera había un equipo gigante, de camiseta blanca y con un nombre y un escudo que a mí al menos me parecían muy curiosos.

El nombre tenía algo ancestral y lúdico, y el escudo incluía un rostro humano: yo tenía alrededor de diez años y nunca había visto un dibujo en un escudo. Por algún motivo, en Argentina los escudos eran aburridos y tenían siglas.


Uno o dos años después, es decir en 1992 o 1993, fui a pasar el verano a Chile. Íbamos mi padre, mi hermano, la nueva mujer de mi padre y su hijo. De aquella vacación solamente tengo dos recuerdos nítidos. Uno es nuestro intento de escalar un volcán nevado: el blanco intenso de la nieve, la caminata imposible, esas garras de metal que se adjuntaban al zapato. El otro recuerdo es la camiseta de Colo Colo. No sé en qué momento me la compraron, pero me acuerdo de estar en algún lugar del sur de Chile jugando a la pelota con esa camiseta de manga larga y sintiéndome un profesional. La manga larga era un signo inequívoco de que en ese momento yo era un profesional. Tan inolvidable se me hizo esa prenda que es, con mucha ventaja, la camiseta de la que más recuerdo la sensación de la tela. Era absolutamente no original, pero yo no lo sabía.


Pasaron los siglos y aterrizamos en 2008. Yo estaba saliendo con una chica y cuando se acercaba la Semana Santa, a mediados de marzo, decidimos irnos unos días a Mendoza. Estaba claro que iríamos a dos lugares distintos: la capital provincial, por un lado, y San Rafael por el otro. Nos daba lo mismo el orden, pero elegimos ir primero a San Rafael.


Lo hicimos, supongo, porque era más silvestre y distinto, por lo tanto, de la jungla de cemento en la que vivíamos. Pero cuando faltaban muy pocos días para el viaje me di cuenta de que justo en esas fechas Boca Juniors iba a visitar a Colo Colo en Santiago de Chile. Me abalancé sobre un mapa y vi, con desazón, que San Rafael no estaba tan cerca de Santiago, mientras que la ciudad de Mendoza sí estaba cerca. Es decir que si íbamos primero a Mendoza había una pequeña chance de cruzar a Santiago. Pero como íbamos a ir primero a San Rafael, tema terminado.


Estando una noche en el camping de San Rafael, los responsables del lugar habilitaron un quincho y prendieron la única tele del lugar: estaban por jugar Colo Colo y Boca. Boca estaba en su mejor época: el año anterior había ganado una Libertadores inolvidable y el equipo se presentaba en cada lugar de América como el rey del certamen.

Pero esa noche santiaguina la pasó feo: perdió y, además, Riquelme se lesionó pateando un tiro libre. Inmediatamente después de la lesión, el comentarista Fernando Niembro dijo en la transmisión de Fox Sports: “Qué nochecita para Boca, eh. Qué visita a Chile, eh”


Todavía hoy, viendo aquel partido por YouTube, esas palabras tienen para mí un sentido profundo. Sé por qué es: yo no estaba viendo el partido, como siempre, en mi departamento de Buenos Aires. Yo estaba cerca del lugar de los hechos. Miraba para afuera del quincho y sabía que Chile, esa patria que nunca deja de ser misteriosa, estaba ahí nomás.


Pasó más tiempo aún y finalmente tuve el impulso de escribir un libro que me llevó varios años y se llama De América: el continente en la Copa Libertadores. Es un libro que utiliza la Copa Libertadores para conocer la geografía y la historia del continente americano. Para escribirlo tuve que leer, y lo hice con deleite, una cantidad inmensa de material. Hubo libros de historia, crónicas de Indias, obras de teatro, poemas épicos. Hubiese sido imposible hacerlo sin un lector electrónico. Y en esas mañanas y tardes y noches de Kindle terminé dando con La Araucana.


La Araucana es un poema en verso rimado que cuenta la conquista de Chile: después de someter a buena parte del continente los españoles se dirigieron hacia el sur, hacia una tierra apartada e inhóspita. Ahí encontraron unas gentes particularmente tenaces: si dominar a otras tribus les había llevado semanas y meses, sojuzgar a los mapuches les llevaría décadas y siglos.


En medio de los trabajos indecibles de una conquista que pasó a la historia como la más cruenta del Nuevo Mundo, uno de los soldados encontró el tiempo, el ánimo y la dedicación para escribir una celebración de los avances de los castellanos y también de la valiente resistencia de los indígenas. Como no había papel utilizaba cueros y cortezas de árboles para tomar notas. El hombre se llamó Alonso de Ercilla y en uno de los capítulos de La Araucana, que fue publicado en 1589, nos cuenta una pelea entre caciques: están en una asamblea y tienen que elegir al jefe máximo, pero todos quieren serlo. Los que discuten son Cayocupil, Millarapué, Lemolemo, Tucapel (del cual se agrega: “éste fue de cristianos carnicero”) y varios más. No se ponen de acuerdo y ahí es que intercede Colocolo. Ercilla lo escribe todo junto. Colocolo ve la disputa y trata de unirlos contra el enemigo común. Les dice que, teniendo tan cerca a los españoles, no deberían usar el cuchillo entre ellos. Después Colocolo se aleja y se queda preocupado pensando en las desavenencias de su propia gente. Entonces Ercilla nos cuenta, siempre en rima:


Sabed que fue artificio, fue prudencia / del sabio Colocolo, que miraba / la dañosa discordia y diferencia / y el gran peligro en que su patria andaba

Yo estaba, lo recuerdo bien, en el subte de Buenos Aires cuando de repente Ercilla introdujo a Colocolo, o a Colo Colo. Casi salto de mi asiento: ese rostro ancestral y lúdico que pobló mi infancia estaba emergiendo, también, del fondo de la historia americana.



Artículo escrito por Alejandro Droznes, autor del libro De America: el continente en la Copa Libetadores, disponible en: Ultras.cl





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