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Defenderse con uñas y dientes: El derecho de los débiles


El arte de defender (The New York Times)

Gianni Brera cerró la revista De Homine, con gesto airado. Intentó contar hasta diez para calmarse, pero era un hombre de sangre caliente. Buscó la pluma, colocó un papel en blanco sobre el escritorio y redactó con furia su respuesta al prepotente Umberto Eco. ¿Cómo se había atrevido a definir su estilo periodístico como ‘gaddismo explicado al pueblo’? ¿Quién demonios se creía para comparar sus textos sobre fútbol con los pastiches del misógino de Gadda? Va fan culo, pirla! Él, Gianni Brera, había creado un lenguaje que antes no existía en Italia. ¿No era esa, precisamente, la principal tarea de un escritor: nombrar las cosas, darles vida con las palabras?


Y él, Gianni Brera, había ido incluso más allá: había sido el primero en encerrar las complejas tácticas de los entrenadores en una columna periodística. No le cabía duda de que sus aportaciones habían mejorado la calidad del fútbol italiano. Un ejemplo: antes, todos llamaban verrou al estilo defensivo practicado por los grandes clubes italianos; sin embargo, desde que él lo bautizase como cattenaccio, toda Italia lo sentía como algo propio, patrio. Y otro ejemplo: antes, todos veían a aquel jugador que guardaba la espalda a la defensa, pero nadie lo llamaba por su nombre: líbero. Todo eso — dijera lo que dijera el maldito Umberto Eco— había sido gracias a sus textos, a él, Gianni Brera, que había creado un lenguaje deportivo que antes ni tan siquiera existía como tal en Italia. Punto finale!


No iba a dejar que Eco lo pisoteara así como así, por muy gran escritor que fuera. Los débiles tenían todo el derecho del mundo a defenderse con uñas y dientes, ¿no? Gianni Brera sabía que, muchas veces, jugar a los golpes no era la mejor estrategia si las fuerzas no estaban parejas; en esos casos, había que compensar las piernas con la inteligencia: agazaparse, resistir y contragolpear aprovechando los puntos débiles del rival. Así habían luchado en las trincheras durante la guerra. Y así debía jugar Italia: la Segunda Guerra Mundial había debilitado a sus clubes, ya no podían competir de tú a tú con el resto de europeos, debían ser inteligentes, usar sus recursos naturales tal y como siglos antes había propuesto Maquiavelo en El Príncipe.


‘Un balón y un libro, impregnados en el ADN de los italianos’, escribe Mauro Osses Ardiles en El derecho de los débiles, ‘daría lugar a la época más exitosa del llamado catenaccio de la mano de Nereo Rocco y Helenio Herrera’. Y esos éxitos, precisamente, le dieron la razón a Gianni Brera frente a Umberto Eco: manejando con inteligencia el arte de defender David podía vencer por goleada a Goliat. El AC Milán de Rocco y el Inter de Helenio demostraron que una buena defensa podía ser el mejor ataque. Gianni Brera sabía que aquella filosofía provenía de una dilatada evolución histórica de las tácticas defensivas: del verrou de Karl Rappan, el Volga Clip que tantos éxitos dio al Kyryla Sovetor ruso, la garra charrúa y la viannema de Giusseppe Viani Gipo. Cada uno había aportado sus variantes: una mentalidad férrea, un físico poderoso, un líbero que comandase, un carrilero que apuñalase los costados del rival, la importancia de la pizarra, los retiri.


‘El catenaccio como tal, el líbero como posición y la idea del derecho de los débiles a defenderse más que atacar’, asegura Mauro Osses Ardiles, ‘encontraron eco en un personaje histórico y de vital importancia, el periodista italiano Gianni Brera’. Y no es para menos: también gracias a sus textos el arte de defender tocó los cielos futbolísticos. Su historia, no obstante, no terminó en Italia, como cuenta Mauro Osses Ardiles: cada tanto continúan apareciendo equipos que consiguen sus mayores victorias gracias a la defensa. Porque por muy dirty que considerasen el fútbol del Leeds de Don Revie, con su juego pedregoso lograron salir del pozo de la Second Division y reinar en los altares europeos.


Porque El Zorro Osvaldo Zubeldia no podía renegar de su estilo, por mucho que los medios lo bautizasen como el Anti-fútbol: el fuera de juego, las jugadas de laboratorio y un meticuloso estudio del rival condujeron a su Estudiantes de la Plata a lo más alto. Por mucho que todo el Teatro de los Sueños clamase Animals! Animals! a sus jugadores, no podían renunciar a su filosofía: echar el aliento en la nuca del rival, entrar duro, recuperar y golpear fulminantemente. ‘Una corriente trajo el anti-fútbol para calificar la destrucción de Estudiantes, de este Estudiantes que se ha ganado los más grandes elogios’, escribió Fontanarrosa en El Gráfico. ‘Marcar con todos sus hombres y en toda la cancha no puede ser anti-fútbol’.

Estudiantes de la Plata consagrándose en Old Trafford (imagen Apuntes de Rabona)

Como tampoco lo fue el fútbol aguerrido de los daneses en la Eurocopa del 92 o el insípido de los griegos una década después. ¿Acaso alguien podría rebatirles su derecho a aquellos ‘11 guerreros troyanos defendiendo con los truenos de Zeus, los zapatos de Hermes y la fortuna de Tique’, a cerrarse atrás frente a rivales infinitamente más poderosos? ¿Acaso se puede criticar the special style de Mourinho: el contragolpe llevado a su máxima eficacia? ¿Se puede considerar anti- fútbol el juego del Leicester de Ranieri que devolvió la ilusión al hincha working-class de toda Europa? ¿Es criticable el estilo del Atlético del Cholo solo porque entregue la pelota al rival?

‘El fútbol defensivo nace de una necesidad, de una desproporción, de una desigualdad entre dos equipos’, sentencia Mauro Osses Ardiles. Una afirmación que, sin duda, habría secundado Gianni Brera.

La sorpresa dela Euro 2004, contra todo pronóstico levantando el codiciado torneo continental. (Foto diario AS)





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