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R9: Una Telenovela en Tres Actos


ACTO I

 

Tendemos a tratar a los futbolistas como héroes que, cada domingo, en el verde, disputan una tragedia de noventa minutos. La historia del fútbol ha tenido sus reyes: O’Rei Pelé se coronó con apenas diecisiete años y reinó con su jogo bonito para toda la eternidad. A unos pocos elegidos, incluso se les ha comparado con profetas o dioses: el más famoso del santoral, Diego Armando Maradona, alcanzó los cielos futbolísticos —de la mano de Dios— al marcar el gol del siglo para, poco a poco, iniciar su particular peregrinaje a los infiernos. A sus pies, han pululado cientos de leyendas como Cruyff, mitos como Di Stéfano, genios como Garrincha y artistas como Zidane, entre muchísimos otros, con los que se han derrochado toneladas de adjetivos, tirabuzones literarios y demás pirotecnia verbal para conformar las páginas y páginas que moldean la memoria colectiva del balompié.


Sin embargo, la vida de muchos de estos héroes lejos del terreno de juego, en ocasiones, ha tenido más visos de telenovela barata que de tragedia griega. Así, al menos, plantea Wensley Clarkson su libro Ronaldo. Un genio de 21 años: como una de esas famosas novelas das oito que tantísimo éxito tienen en Brasil. ‘Aquí está todo reunido:’, escribe Clarkson en el prólogo, ‘la mayor de las miserias, la huída de los barrios marginales, el ascenso al estrellato y el misterio de aquellos noventa minutos desgarradores que cambiaron la imagen del fútbol mundial’. Una historia dividida en tres actos: el primero abarca los inicios del genio, desde sus primeras patadas en las favelas hasta su fichaje por el PSV; el segundo rememora su fulminante paso por el FC Barcelona y su fichaje por el Milán; el tercero, finalmente, se adentra en el misterio que envolvió las horas previas a la final del Mundial Francia’98.


ACTO II

 

‘Ronaldo había alcanzado la categoría de leyenda viva sobre el terreno de juego’, escribe Clarkson, ‘pero corría el riesgo de volverse demasiado humano fuera de él’. La vida de Ronaldo, no en vano, contenía todos los ingredientes para convertirse en una lacrimosa telenovela. Un padre enganchado a la bebida. Una madre luchadora a la que un sacerdote vudú había vaticinado que su tercer hijo la sacaría de la pobreza. Un niño lumpen —gordito y desdentado— que mendiga dinero por la favela para comprarse una pelota. Dos exbanqueros, con alma de buitres, que lo manejan como a un títere. Goles. Muchos goles. Algunos, inverosímiles. El viaje: de la favela al corazón de Europa. Una marca deportiva que lo convierte en ídolo de masas. Anuncios. Un séquito de familiares a los que mantener. Mansiones. Ferraris. Un osito de peluche sin el que no puede conciliar el sueño. Una madre que no le deja cortar el cordón umbilical. Más anuncios: de cerveza, de neumáticos, de todo.

Entrevistas. Una lesión de rodilla mal curada. Cientos de rubias despampanantes —tetas pequeñas, culos prominentes— que codician su dinero. Las Ronaldinhas posando en actitud cariñosa, en una famosa revista. Paparazzis. Muchos paparazzis: en coches, en restaurantes, en todas las esquinas. La hermosa Suzanne Werner, actriz y modelo, a la que regala un anillo carísimo pero con la que nunca se casa. Un caniche llamado Sharon Stone. Tormentosas historias de celos y reconciliaciones. Más entrevistas. Problemas con sus entrenadores por sus continuos viajes a Río. Líos con sus compañeros. Conspiraciones. Vudú y magia negra en las habitaciones del hotel. Un turbio misterio antes de una final mundial.


‘En solo dos años, Ronaldo había pasado de ser un jugador desconocido en equipos de segunda brasileños’, reflexiona Clarkson, ‘a convertirse en el joven más caro de la historia del fútbol mundial’. Si la prensa había creado una auténtica novela rosa con la vida privada de Ronaldo, la marca deportiva Nike transformó al niño gordito y desdentado en un objeto deportivo de masas. La Ronaldomanía, en España, llegó a tal punto que dos mil culés lo recibieron entre aplausos en el madrileño aeropuerto de Barajas antes de su primer clásico. Sus dos agentes, mientras, continuaron moldeándolo hasta convertirlo en una mercancía: ‘Me he hecho un regalo’, aseguró Moratti, presidente del Inter, cuando R9 fichó por el club italiano. Con paciencia, incluso lograron transformarlo en todo un sex-symbol: ‘La comunidad gay parisense le eligió como uno de los hombres más sexys’, apunta Clarkson, ‘tras salir retratado en la revista Match con unos pantalones negros ajustados, sin camiseta y adoptando la pose del pensador Rodin’.

Lios amorosos, esclavo de Nike, prensa acosadora, combinación letal para R9

ACTO III

 

Manuel Vázquez Montalbán ya avisó de que, tras la crucifixión de Maradona en el Mundial de EEUU, el mundo del fútbol —y sobre todo la FIFA— habían quedado huérfanos de dios. Cuatro años después, los mandamases del fútbol no dudaron en elevar a los altares a Ronaldo, un joven de apenas veinte años, como ‘un dios menor heredero de Maradona capaz de oficiar en la religión del fútbol sin tomar cocaína’. El hueco que habían dejado Pelé y Maradona al fin se llenaba de goles. Y en aquel Mundial de Francia —escribió Juan Villoro en Dios es redondo—, Ronaldo se convirtió ‘en un delantero de leyenda, el protagonista de una página de Internet con quinientas mil consultas al año y el máximo vendedor de zapatos del mundo después de Michael Jordan’.


El genio, sin embargo, solo tenía veintiún años. Tras el disfraz de dios se escondía un crío despojado de su inocencia. Un rey despiezado por dos buitres vestidos de traje. Un futbolista cosificado por Nike. Un adolescente convertido en una campaña de marketing. Un niño, en definitiva, con el mundo bajo sus pies en forma de pelota; pero con unas rodillas de cristal incapaces de aguantar el peso de la cruz que le cargaron a la espalda.


El lamento de Ronaldo tras la final. Créditos imágen: Diario Ole


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